EL DICTAMEN – PUBLICAR DOMINGO 1º / O6 / O8
El lenguaje de la autoestima
«La autoestima procede de uno mismo, no de las adquisiciones y la aceptación”.
Wayne W. Dyer
La palabra autoestima se ha incorporado al lenguaje diario de mucha gente, aunque no sea experta en conducta humana, para dar cuenta de la conducta (o inconducta) propia y de los demás, intuyendo que hay algo básico en cada uno de nosotros que guarda relación con el grado de aprecio que podamos tener con respecto a nuestra propia persona. Y no se equivocan, ya que nuestro accionar no es ajeno a la creencia que poseemos acerca de nuestra capacidad y valía personal, a la hora de decidir cómo actuar y cuánto arriesgarnos frente a los desafíos que la vida nos plantea.
En efecto, como explica Virginia Satir, reconocida terapeuta familiar, hay “una valoración que hacemos en privado del conjunto de los pensamientos, sentimientos y experiencias que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida, principalmente en la infancia y la adolescencia”. Y cuyo resultado puede dejarnos conformes o, por el contrario, convertirse en un incómodo sentimiento de frustración por no ser como esperábamos, condicionando el espacio de posibilidades de comportamiento que nos queda disponible a partir de ahí, conscientes o no que estemos de esta condición personal, que se impondrá a nuestra voluntad, dejando su sello en nuestros éxitos y fracasos, bienestar psíquico y las relaciones sociales que podamos establecer.
Y como los seres humanos somos, a partir de nuestras circunstancias, el resultado de nuestra propia construcción, la autoestima es algo que se desarrollará gradualmente durante toda la vida, dependiendo de cómo internalicemos las experiencias que nos toquen o que elijamos vivir, o sea, de nuestra capacidad interpretativa, desde las primeras etapas del desarrollo físico, intelectual, afectivo.
¿Cuál sería entonces la mejor manera de cuidar el desarrollo de la autoestima en los niños? ¿Cómo comportarnos en lo cotidiano, en el hogar, para que la autoestima de los niños no sufra? ¿Qué pautas generales podríamos adoptar para orientar nuestro esfuerzo en ese sentido? Considerando que los seres humanos somos seres lingüísticos, que construimos realidades con el lenguaje, sin duda nuestro instrumento más poderoso será justamente ese: “el lenguaje de la autoestima”. Una forma de comunicar nuestros elogios o nuestras desaprobaciones, expresando nuestra propia valoración de los hechos, de manera tal que no ataquen el valor que el niño tiene de sí mismo. No se trata de decir siempre que sí y de aplaudirlo todo, sino de ser apreciativo con la persona que estamos juzgando, conscientes de que lo hacemos desde la perspectiva de nuestra muy personal valoración.
¿Le gustaría aprender esta forma de comunicación? En el Congreso realizado en Santiago de Chile en el año 2004 por la Confederación Interamericana de Educación Católica, fueron destacadas tres características básicas de este lenguaje.
En primer lugar, es un lenguaje descriptivo, lo cual, llevado a la práctica, significa que debemos describir la conducta que aprobamos o desaprobamos sin juzgar a la persona. No es lo mismo decirle a un niño que “es un tonto” a decirle que en determinada circunstancia “se ha comportado como un tonto”, porque los seres humanos no somos fijos ni inmutables, sino que vivimos en un permanente “estar siendo”. Como se planteó en el congreso, “describir la conducta (lo que ves u oyes, lo que le sucede a él…) sin valoraciones de ningún tipo, ofrece al niño un feedback preciso sobre su forma de actuar y sobre cómo afecta a otros su conducta”.
En segundo lugar, es un lenguaje que comunica algo también acerca del emisor, ya que cuando juzgamos, nos revelamos en nuestros dichos, que expresan nuestros sentimientos de agrado (aprecio, gozo, deleite) o de desaprobación (enojo, cólera), en cuyo caso debemos hacer explícito lo que nos pasa a nosotros con lo que el otro ha dicho o hecho. De este modo, ofreceremos al niño un feedback de cómo nos afecta su conducta, abriendo la posibilidad de que se haga cargo de las consecuencias de sus actos, mostrándole un camino para remediarlo.
Finalmente, es un lenguaje que “da validez a la experiencia del otro, aprecia sus esfuerzos tanto si tienen éxito como si no, reconoce su juicio y sus motivos, su confusión o descuido, en cuyo caso el niño se siente observado y comprendido incluso cuando se le corrige”.
El lenguaje de la autoestima, sencillo aunque no fácil, puede salvar vidas, porque no pone en juego el amor, desde el momento en que nos permite decirle a nuestro hijo que lo queremos por el simple hecho de serlo y no por lo que haga o deje de hacer en determinado momento, aunque se lo reclamemos. Un detalle más que importante, porque la autoestima es parte esencial de la vida, como el aire o el agua, y no se hereda…¡se aprende!
Adopta la decisión personal de enamorarte de la persona más hermosa, incitante y digna… ¡ TU !
Wayne W. Dyer:
Clara Braghiroli
Coach Profesional
BUENOS AIRES – Argentina